Nuestro sistema político está gravemente maltrecho. La confianza de la ciudadanía europea en instituciones como la prensa, la justicia, los sindicatos, los partidos, o sus autoridades políticas comunitarias, estatales, regionales y locales, continúa precipitándose. Del mismo modo, cuestiones como la corrupción son crecientemente percibidas como un gran problema europeo, que se torna especialmente escandaloso cuando nos aproximamos a los estados mediterráneos y a los orientales. Igualmente en España, languidecen la confianza y las expectativas respecto a la pésima situación política, mientras que la clase política y los partidos son crecientemente considerados como un problema en sí. Sin embargo, aunque hoy la desconfianza, la irritación o la indiferencia ganen terreno al interés y el entusiasmo por la política, no podemos permitirnos mirar hacia otro lado. La política es demasiado importante, y es, por encima de todo, irreemplazablemente humana.
Desde que, como especie, somos capaces
de autoconocernos, de pensarnos en el contexto de una sociedad, organizamos de
una manera u otra el proceso de toma de aquellas decisiones que afectarán a la
colectividad. A partir de la inteligencia, el coraje humanos y la oportunidad, las
polis griegas se construyeron sobre la igualdad de los ciudadanos para decir y
ser escuchados en el ágora, cimentando así la institución permitiría la
libertad: la ley. Se funda de este modo el espacio
público, un punto de encuentro de la diversidad de sentimientos, pensamientos,
opiniones y acciones, en el que coexisten las dinámicas de cooperación y de
conflicto entre las personas. La política tendrá por objeto sumar esfuerzos y
dirimir las diferencias presentes en el espacio público de la mejor manera
posible, según los valores de cada sociedad.
Espacio Público Plaça de l'Ajuntament (València) |
El apasionante mundo de la política no se limita por tanto a los partidos y a
las instituciones políticas o administrativas. Si la observamos con detenimiento
el espacio público, aparece rápidamente una ingente pluralidad de actores , que
generan demandas hacia la amalgama de instituciones propias de cada sociedad,
para que sean procesadas y finalmente resulten en decisiones que serán de
obligado cumplimiento para todos y todas. Nuestro maltrecho sistema político,
ese conjunto de instituciones y procedimientos es, por encima de todo, perfectible.
Persiguiendo la mejora de nuestro
sistema político decidí, hace ya algún tiempo, convertirme en politólogo, dedicando mi reflexión y esfuerzos a contribuir
a este fin. Durante estos últimos años en los que la dramática desafección
política ha sintomatizado la severa putrefacción de nuestro sistema, he
madurado un intenso sentido de la responsabilidad. Como profesional de la
ciencia política, siento la obligación de ofrecer a la sociedad a la que
pertenezco unas herramientas adecuadas para cubrir una necesidad acuciante: actualizar
el sistema político conforme a la realidad social, económica, cultural y
medioambiental de nuestro tiempo. Como dijera Fernando Vallespín, los
politólogos “en definitiva, no hacemos
sino proseguir una conversación sobre el hombre (junto a la mujer) y la naturaleza de su asociación político-social,
que se mantiene ininterrumpida desde los albores de la humanidad”.